Aquí le escribo.
"Yo vivo en un lugar donde las historias nunca tienen final" decía Ramiro. Un muchacho muy alto y pintón, amigo de años. De vez en cuando tenía destellos de lucidez, pero no se apartaban mucho de dos o tres arrebatos y argumentos gritados con fuerza. Lo que siempre sonaba coherente, lo que siempre decía tranquilo, era esa frase. Yo vivo en un lugar donde las historias nunca tienen final. Nos gustaba oír eso y le sonreíamos. Todo parecía ir bien. Tuve suerte con un pequeño negocio de venta de productos para computadora y la plata fluía. Alcanzaba para salir a comer de tanto en tanto con Romina, y para comprarme un libro de vez en cuando, en las ventas de piso fuera de la facultad de humanidades. Ese día volvía con uno de García Márquez. "El Coronel No Tiene Quién Le Escriba", recomendado por Ramiro. Eran ya dos años, o tres, los que pasaban sin verlo. Las distancias me alejaron de la isla y allá lo dejé. El se volvió porque tuvo