Entradas

Mostrando entradas de agosto, 2013

Es Dejar de Correr

Imagen
                                        Ilustra: María Sanzol     Es correr sin importarme nada. Los baldosones helados que pasan más rápidos que yo. La humedad de mis huellas angostas que se ven. Se notan a través de mi piel, de la carne. Las manos también, se vuelven de vidrio y otra vez a humana. Los dedos destrozados por mis dientes. Quiero parar, y mirarme las manos. No me quiero ver al espejo. No puedo respirar.      Hay un río de sombras que busca su cauce. Es el piso que se abre. Y los baldosones aún tan prolijos. Todo lo sé, pero no puedo mirar. Es que si miro, pierdo. Siento la piel floja de mis piernas, siento las mejillas caídas. Me acuerdo del espejo y de los comentarios. Es repetirme mil veces que una mujer de verdad está más allá de lo que se ve. Más alla de estas manos cuadradas o la nariz hinchada. Más que los talles que nunca quedan, o los cortes que nunca ocultan. Está mucho más allá que querer creer en el márketing. Comprar. Está más allá de entender que

Luz de las Cuatro

Imagen
Escribe: Bruno Martínez   Ilustra: María Álvarez         Soñé con vos. Nos soñé como en aquel día: de cara a un café hirviente, de espuma cambiante. De vos admirando el vapor a la luz de las cuatro de la tarde. Y no te lo pienso decir. Porque qué desesperado sonaría. Yo recordando que, aún cuando no controlo lo que soy, cuando apago la cabeza, aún mirás el vapor a las cuatro y me repetís que es tu hora favorita. Y yo te escucho nomás. Porque cuando hago algo, cuando te toco, cuando te miro a los ojos directamente, cuando te encierro contra una pared y te huelo el cuello, arrinconada, sólo lo hago para verte reaccionar. Para ver qué hacés.         Cada sueño empieza igual, pero siempre hago algo diferente. Sos vos a las cuatro, y la espuma, y yo te pregunto si te vas a acordar de mí cuando yo me muera. Porque siempre decís que voy a morir primero, porque Dios o-lo-que-mierda-sea-que-haya debe haberse tomado mucho trabajo para hacerte. Tan compleja, tan intrincada. Y que yo,

Jugadores

Las gotas sobre el techo de chapa eran un redoblante que inflaba la tensión. La lluvia llevaba horas cayendo a baldazos y nadie parecía dispuesto a irse. La luz era tenue y las caras de el grupo apenas si podían verse, gambeteando el humo de cigarro, impregnando todo. Inti fumaba para morir. Las reglas habían sido dispuestas en voz alta antes de sentarse todos a la mesa, como se había establecido el primer día. O eso le decían a Nan. Él se había incorporado hacía no más de dos meses. La ronda de Tarea había dado una vuelta entera entre los hombres y mujeres del lugar, y como culminación de la ronda estaba él. - ¿Estás de acuerdo con las reglas? - Le preguntaron, y todos los ojos reposaron en él. Como si fuese su turno de dar vuelta una mano de cartas, o estuviese a punto de responder la pregunta final del concurso, por el millón. - Sí. Algunos de ellos se miraron entre sí. Debía de haber más de veinte jugadores. Nan conocía a algunos de vista, y a Inti como su iniciadora. Pero a