Jugadores

Las gotas sobre el techo de chapa eran un redoblante que inflaba la tensión. La lluvia llevaba horas cayendo a baldazos y nadie parecía dispuesto a irse. La luz era tenue y las caras de el grupo apenas si podían verse, gambeteando el humo de cigarro, impregnando todo. Inti fumaba para morir. Las reglas habían sido dispuestas en voz alta antes de sentarse todos a la mesa, como se había establecido el primer día. O eso le decían a Nan. Él se había incorporado hacía no más de dos meses. La ronda de Tarea había dado una vuelta entera entre los hombres y mujeres del lugar, y como culminación de la ronda estaba él.

- ¿Estás de acuerdo con las reglas? - Le preguntaron, y todos los ojos reposaron en él. Como si fuese su turno de dar vuelta una mano de cartas, o estuviese a punto de responder la pregunta final del concurso, por el millón.

- Sí.

Algunos de ellos se miraron entre sí. Debía de haber más de veinte jugadores. Nan conocía a algunos de vista, y a Inti como su iniciadora. Pero a la par del resto, Inti le era indiferente. Esa era una de las reglas: "Mientras jugás sos un desconocido".

- ¿Sabés tu Objetivo?

- ¿Lo tengo que decir ahora? - algunos bajaron la vista para sonreír.

- Si sos tan amable. - El de las preguntas era el Gota. Fue uno de los primeros, de los que fundaron todo. Hablaba con voz de plomo y estaba de pie, observándolo desde la altura.

- Quiero ser piloto antes de los cuarenta. - Había ensayado decirlo. Mil, dos mil veces. Sin embargo, cuando lo dijo fue la primera vez.

- ¿Cuántos años tenés?

- Treinta y cuatro.

- Dijiste que entendés las reglas.

- Exacto.

- Sabés que necesitás la aprobación de los demás jugadores, y que la limitación temporal es un revés a la hora de comprometer a los demás. ¿Estás seguro de que ese va a ser tu Objetivo?

- Estoy seguro.

El Gota miró a la mujer al lado suyo. La mujer miró a Nan, y asintió.

- Convencé.

Nan se puso de pie. Había visto a dos personas más hacer lo mismo. Una estaba en frente suyo. Y de la otra no supo nada más. Tomó aire, cerró los ojos para llevarse a aquella tarde. Tenía que mandar su vista, su olfato, su tacto. Cuando su viejo consiguió hacerlo hablar con el piloto. Las azafatas embotadas en la tela fina de vestir azul, los pañuelos en sus cuellos y la sonrisa que le regalaban desde la altura de sus tacos. El plástico granulado de las paredes, la alfombra fina. Sentía los ojos de todos los jugadores sobre él. El piloto que se sacó los audífonos gigantescos y que lo saludó. Los aparatos que medían el horizonte, la velocidad, la estabilidad, el combustible. El cielo al frente. La línea fina de nubes. El manto limpio de azul sobre ellos. El rugido de la turbina. El mundo del que era dueño aquel piloto.

Habló. Contó de ser ingeniero agrónomo. De estar casado. Habló de sus dos hijos, de la casa de la que era dueño. Pero era un comienzo para hablar del vacío. Nan describió, sin esquivar una sola palabra, al hueco que lo atormentaba. Era cuestión de soñar de vuelta con esa tarde en el avión. Ver, en brazos del piloto, la inmensidad. Despertarse sintiendo no necesitar. Regresar a la realidad como un suplicio. Cada minuto que lo acercaba al suelo, iba destruyendo esa plenitud. Lo aplanaba. Asesinaba las ganas de seguir. Pero como toda vocación tardía, ya no estaba en edad para comenzar la carrera de piloto. No tenía parientes ni amigos en el ámbito que pudieran guiarlo, no tenía plata para pagarse horas de vuelo o cursos privados. El tiempo era ajustado y estudiar se le hacía una odisea. Sin mencionar las sospechas. De su mujer, de sus amigos. Era algo imposible, menos en tan poco tiempo, poder volar. Según le había contado un confidente, las aerolíneas de todo el mundo ya no tomaban pilotos que hayan conseguido el permiso luego de los cuarenta. Menos aún la fuerza aérea. Le era imposible bajo todos los medios conseguir un avión propio. Mucho menos mantenerlo. Necesitaba jugar, o perder el sueño de toda su vida y resignarse a vivir en un mundo liso, chato.

Quería probar el Juego, antes de ahorcarse en el hotel.

Los jugadores pusieron las manos sobre la mesa en el segundo que terminó su historia.

- ¿Algo más que quieras aportar? - El Gota no se notaba conmovido. Voz de plomo. Nan miró a los jugadores.

- Eso era todo - Y se sentó.

- ¿Alguien tiene alguna pregunta para el Defensor?- Nadie. El Gota se sentó y puso ambas manos sobre la mesa y recitó:

- Un sueño más. Somos nosotros los que vamos a juzgarlo. Pero no sobre su importancia, no sobre sus consecuencias. Hoy vamos a ser los jueces de esta persona vacía. ¿Está realmente vacía?¿Tiene dentro la desesperación?¿Dará todo a cambio de su Objetivo? Su defensa aún fresca es todo lo que tenemos, y no necesitamos más. ¿Tiene Nan lo que se necesita para ser un Jugador?.

El Gota golpeó la mesa. La mujer junto a él también. Significaba que estaban dispuestos a hacer lo necesario para cumplir su sueño. Dos más golpearon la mesa. Pero no sería gratis: el Juego no es caridad. Tres más siguieron la cadena, incluída Inti. Tendría que hacer sacrificios que le serían impuestos por los demás, tendría Tarea. La mesa sonó hasta estar a cinco personas de estar completa. Eran pedidos extremos, entregas totales de todos los tipos que los demás jugadores administraban en secreto y a los que el Defensor no podría negarse. Los últimos cuatro golpearon la mesa y quedó el último. Él mismo.

- Nan, sólo queda tu voto. ¿Estás dispuesto a ser un Jugador y cumplir tu Objetivo por sobre el resto de tu vida? Una vez que esto empieza, no se termina nunca.

Nan golpeó la mesa.