Es Dejar de Correr

                                        Ilustra: María Sanzol



    Es correr sin importarme nada. Los baldosones helados que pasan más rápidos que yo. La humedad de mis huellas angostas que se ven. Se notan a través de mi piel, de la carne. Las manos también, se vuelven de vidrio y otra vez a humana. Los dedos destrozados por mis dientes. Quiero parar, y mirarme las manos. No me quiero ver al espejo. No puedo respirar.

     Hay un río de sombras que busca su cauce. Es el piso que se abre. Y los baldosones aún tan prolijos. Todo lo sé, pero no puedo mirar. Es que si miro, pierdo. Siento la piel floja de mis piernas, siento las mejillas caídas. Me acuerdo del espejo y de los comentarios. Es repetirme mil veces que una mujer de verdad está más allá de lo que se ve. Más alla de estas manos cuadradas o la nariz hinchada. Más que los talles que nunca quedan, o los cortes que nunca ocultan. Está mucho más allá que querer creer en el márketing. Comprar. Está más allá de entender que no, que una no es más hermosa. Que nada va a cambiar eso.

      Es estar segura que tarde o temprano vendrá él a juntar lo poco que queda de mí. Que vería a través de la piel. Lo único que se escucha son mis pisadas y la sombra goteando desde el umbral de la puerta. Si es que alguien vendrá, no se nota. Ya es buena hora de dejar de ver películas.

     Ya no quiero desaparecer. Sólo quiero estar vestida, abrigada, tomando un café. Quiero poder recorrer la ciudad. Quiero seguir ignorando los comentarios y las risas. Amaría convertir, otra vez, lo que sé que piensan de mí en humo de cigarro. Quemar las miradas que no me ven y que huelan a palo santo. Hacer un mate con los rechazos, y tomar de allí cuando me siente sola en un banco de Plaza España. Sin ronda, sin cábalas, sin besos en la base o suegras que lloran. Tomar mate hasta volverme verde, o invisible.

     Qué me dirían mis amigas. Si me hubieran visto antes de salir intentando ese viejo corset. Y no poder respirar. Y desear ser un fantasma para no verme al espejo. Para poder amar al mundo invertido sin esa horrenda deforme tapándolo todo. Mirándose de arriba a abajo, desnuda. Odiándose. Los pasos al correr suenan como cachetadas. Necesito ver a mis viejos de vacaciones. No notarme más y ser lo que siento por ellos. Me duelen los huesos de tanto correr, me duele la espalda. Pero el arroyo de tinieblas no me deja parar.

     Quiero taparme. No hay nadie, pero no me importa. No soy hermosa y odio que me lo digas. Sé que me lo decís para hacerme sentir mejor. No me toques. Es el temblor en tu pulso. Dudaste. Me miraste demasiado. Qué es esa cara, no sé. No te pregunté nada extraño. No te pregunté si me amabas, o si Plutón dejó de ser un planeta sólo porque sí. Te pregunté qué ves en mí. Te pregunté por qué decís que amás algo como esto. No te creí nunca. Y tardaste mucho. Gracias, pero adiós por siempre.

     Es suficiente. El barullo ya me atraviesa las sienes, y quiero parar. Estoy cansada, y no quiero desaparecer. El frío no me hace temblar, pero hace imposible bajar revoluciones. Sí, todo fue difícil. No cualquier mujer se sobrepone a eso. No me encuentro en la televisión, no me leo en las revistas ni me siento apretada contra una pared de un bar. No seré la más hermosa. Y qué con ello. No soy el centro de atención, no soy la chica de la que todos hablan. ¿Eso alcanza para hacerme invisible? Que le alcance a las derrotistas, a las superficiales. Yo soy una mujer completa.

     Me detengo sobre los baldosones que están a mil metros de mí. Ahora soy enorme. Necesito parar de correr, y lo hago. Me apoyo sobre mis dos pies y respiro hondo. Giro, para resistir a la sombra que lo inundará todo. Pero entre mis pies y la puerta ya no hay nada. Sólo un sinfín de baldosones blancos y negros.

     Desde la puerta, que ya está amaneciendo, oigo tu llave entrando en la cerradura.