Luz de las Cuatro
Escribe: Bruno Martínez Ilustra: María Álvarez
Soñé con vos. Nos soñé como en aquel día: de cara a un café hirviente, de espuma cambiante. De vos admirando el vapor a la luz de las cuatro de la tarde. Y no te lo pienso decir. Porque qué desesperado sonaría. Yo recordando que, aún cuando no controlo lo que soy, cuando apago la cabeza, aún mirás el vapor a las cuatro y me repetís que es tu hora favorita. Y yo te escucho nomás. Porque cuando hago algo, cuando te toco, cuando te miro a los ojos directamente, cuando te encierro contra una pared y te huelo el cuello, arrinconada, sólo lo hago para verte reaccionar. Para ver qué hacés.
Soñé con vos. Nos soñé como en aquel día: de cara a un café hirviente, de espuma cambiante. De vos admirando el vapor a la luz de las cuatro de la tarde. Y no te lo pienso decir. Porque qué desesperado sonaría. Yo recordando que, aún cuando no controlo lo que soy, cuando apago la cabeza, aún mirás el vapor a las cuatro y me repetís que es tu hora favorita. Y yo te escucho nomás. Porque cuando hago algo, cuando te toco, cuando te miro a los ojos directamente, cuando te encierro contra una pared y te huelo el cuello, arrinconada, sólo lo hago para verte reaccionar. Para ver qué hacés.
Cada sueño empieza igual, pero siempre hago algo diferente. Sos vos a las cuatro, y la espuma, y yo te pregunto si te vas a acordar de mí cuando yo me muera. Porque siempre decís que voy a morir primero, porque Dios o-lo-que-mierda-sea-que-haya debe haberse tomado mucho trabajo para hacerte. Tan compleja, tan intrincada. Y que yo, que soy más animal, decís, soy un corderito más. Soy un candidato a la estaca. Yo te pregunto si te vas a acordar de este cordero. Y vos me decís que para acordarse de algo, primero hay que olvidarse. Hacés una mueca y yo sé que todos en ese gesto verían crueldad. Esa crueldad que te alejó de tantos hombres. Yo veo picardía y un poco de falsedad, porque eso es lo que hay detrás tuyo, soplándote el guión.
Cada sueño empieza igual, pero siempre hago algo distinto. Tomás la taza con ambas manos, y olés el vapor sin cerrar los ojos. Sólo hasta que rodeo la mesa y te pongo de pie. Te tomo de la cintura y ya de instinto hacés lo mismo. Y te hago bailar. Despacio, cabeza sobre el hombro, sin mirarte para que no te hagás preguntas o para que estés en silencio. Para que sientas que estás sola, pero sepas que no. Nos acomodamos en pasitos cortos y un giro lento para no aburrirnos. Te imagino entera y desnuda sólo apretando mi cuerpo contra el tuyo. Te veo. Tu figura y tu aroma que no hacen juego con tus manos roídas de nervios. La aspereza de tus brazos que ocultás tanto, al contrario de los ojos negros, que cortan todo. Y yo espero que me preguntes qué hago. Porque muchas veces hacés preguntas estúpidas, y te respondo con la misma ingenuidad. Ya pensé en decirte "bailando". Pero estás callada. Como si hubieras esperado toda tu vida que alguien te levante a bailar así. En silencio, a la luz de las cuatro. Sin tanta máscara, sin tanta intención. Para que te acuerdes de alguna época mejor, cuando dejarte dirigir todavía no te había destruido. Cuando seguir el paso era, simplemente, seguir la música.
Cada sueño comienza igual, pero siempre hago algo nuevo. Sos vos arrastrando tu cuerpo desde la habitación hasta la cocina, dando las gracias sin sonreír de cara al café batido. Absorta, mirando la mesa, preparándote para abandonar tus tragedias y poder vivir en sociedad. Y me ves dibujar. Moviendo la lapicera sin concentración, dando pausas para tomar el café, pero mirando el papel. Y no te reís. Porque no tenés esa cualidad. Sólo me ves, como si me hubieses conocido dibujando. Le prestás atención un rato, y seguís en lo tuyo. Porque esperabas que en algún momento te diga qué era. Y como vos nunca demostrás curiosidad, decidiste pasar de largo. Casi hasta aliviada de no tener que trabar conversación. Y cuando termino, giro la hoja y te muestro esa frase que tanto me gusta. "La libertad es lo que hacemos, con lo que hicieron de nosotros", y dos nosotros de palitos, tomados de la mano, y una flecha que señala los dedos hechos una pelota que lleva a un "Libertad". Y te alivia el rostro. Me mirás y nace una pequeña sonrisa cansada. Como si fuera yo un hijo creativo de una madre exhausta, y te hubiera sorprendido en la rutina. Pero que no alcanza. Y me tomás de la mano, con fuerza. Porque es tu única forma de decirme que me amás. Que el resto del tiempo pensás en mi y en lo bien que te hace que te diga esas cosas. Y seguís tomando el café y girando en todo lo que tenés que resolver el resto del día. Los estudios, la familia. Y cuando entrás al baño, yo escondo mi obra maestra en tu bolso.
Levantarse de un sacudón, con el sudor frío en el cuello y la frente. Caminar al living del departamento y verlo vacío. No reconocer la luz que entra a las ocho de la mañana por la otra ventana, la más grande. Sentarse en el sillón y sentir el calor del sol. Encandilarse. No tener ganas de tomar café. Y forzarme a creer que no fueron sueños. Intentar de darles la etiqueta de señales, de recuerdos futuros. De otras dimensiones.

