La Voz de Belén (Parte I)
Me movía algo así como una soga invisible. Los últimos tres días, algo fuera de mí me impulsó a hacer lo que por años pospuse descaradamente.
Le dije a Tina que necesitaba volver. Su cara no soportaba lo que, en ese instante, empujaba de adentro hacia afuera. Me preguntó que para qué. Que hace treintaylargos años que me fui. Sin preguntas, sin preámbulos, sin extrañares. Que tenía un nuevo hogar y que era un desgraciado. Un hijo de puta malagradecido, que ella creía que ya me había olvidado de todo. Que mis hijas no me importaban, que me estaba cagando en ellas. Que si me iba no me volvería a abrir la puerta y que se cagaba en todos mis muertos. Tina siempre se pone así cuando pasa algo relacionado con mi vida anterior a Càdiz.
Le dije a Tina que necesitaba volver. Su cara no soportaba lo que, en ese instante, empujaba de adentro hacia afuera. Me preguntó que para qué. Que hace treintaylargos años que me fui. Sin preguntas, sin preámbulos, sin extrañares. Que tenía un nuevo hogar y que era un desgraciado. Un hijo de puta malagradecido, que ella creía que ya me había olvidado de todo. Que mis hijas no me importaban, que me estaba cagando en ellas. Que si me iba no me volvería a abrir la puerta y que se cagaba en todos mis muertos. Tina siempre se pone así cuando pasa algo relacionado con mi vida anterior a Càdiz.
Pasó igual cuando el Chancho apareció en la puerta de casa, viejo, como todos. Medio pelado y vestido de saco. Tina se puso verde y se encerró en la pieza durante medio día mirando las procesiones de Semana Santa a todo lo que daba la televisión mientras Chancho y yo nos resumimos los últimos veintiséis años. Hasta cierto punto la entiendo.
Armé la maleta igual. Me compré los pasajes de ida y vuelta juntos. Llamé al taller y les dije que me iba una semana, que tenía que visitar Argentina. Lo entendieron de inmediato. Hablamos mucho en el taller como para que no entiendan la deuda que tengo con el país que me vió nacer. No sólo Tina no me habló: no la vI más. Durante tres días se fue con las niñas sin dejar una sola carta. Nada. Sólo la casa vacía y un par de cajones huecos sobre la cama y el lavadero. La mayoría de las cosas aún estaban en la casa, lo que me dió un poco de coraje. Algo dentro de Tina me había entendido.
Mi memoria se devoró el despegue del avión. Sin saber muy bien qué fue real y qué fue inventado, reconstruí lo que tres décadas habían desarmado. El baldío de los yanquis de la calle María Auxiliadora, la escarcha y las estalactitas que se formaban en el techo de casa enfriando la sidra de navidad. Las calderas del colegio vomitándonos calor en la espalda mientras le cantábamos al águila guerrera. La muerte de papá que nunca pude recordar. La de mamá que nunca pude sacarme de encima. El hospital macilento y la incompetente de la mujer que nos atendía. Cómo olvidarla, hacernos firmar mil papeles con mi vieja internada de urgencia.
La adultez se perdía más fácil. De mis años de estudio en Neuquén casi nI registro: unos años sueltos que se terminaron porque Analía se iba a casar y Nico no podía quedarse sólo. Los años de cuidar a mi hermanito los recuerdo, aunque mejor olvidarlos. Incontrolable, conflictivo. Casi como si me hubiera echado la culpa de su repentina soledad. Terminó su último año y sin ir a la cena ni al viaje de egresados, se fue a Colombia para no volver. Analía se mudó a Foz de Iguazú y, por primera vez, mi vida me pertenecía.
Lo único mío en esos años fue la radio. Radio Nacional para mí había sucedido la semana pasada. Los pasillos estrechos y las escaleras cada vez más cortas que llevaban al estudio del segundo piso. Salir a la Plaza Almirante Brown cerca de navidad y verla brutalmente decorada con buenas intenciones y varios centímetros de nieve sucia. Los peatones lejos de ser felices habitantes de Nueva York, una pila de fueguinos emponchados hasta la nariz, soñando con vivir en Cruz del Eje o en Valparaíso. Y yo, un locutor mal pago intentando sobrevivir sin entregarle mi voz a ningún político de cuarta, hijo de estanciero . De fallar en eso también me acuerdo. Ir a Capital Federal a buscar algún laburo miserable, alguna changa que me deje pisar un estudio, acercarme a una pecera y ver a través del doble vidrio, aunque el micrófono sólo capte el ruido de la aspiradora a la noche, o el apoyar del café entre bloque y bloque.
El crujido de las ruedas de aterrizaje y los vaivenes que el piloto nos regalaba, alardeando la ahora oscura Buenos Aires, no pudieron sacarme del recuerdo más nítido. Del recuerdo más pesado.
Belén.
Qué mierda habrás hecho Belén. Si supieras la imagen con la que te recuerdo me odiarías. Corriendo, hecha un desastre. Entraste descalza y subiste los escalones de a tres. Vayansé todos, ahora. Vayansé de acá, que nos matan. Te juro por todo que no me olvido más. Lidia recién operada corriendo como podía y el resto de nosotros atrás, sin saber de qué hablabas. Silencio sepulcral en Congreso y las únicas seis siluetas agitadas a varias cuadras de la estación éramos nosotros. Estaba prohibido reunirse. Dios mío, qué cagazo que teníamos. Lucho de milagro tenía su inhalador y lo aspiraba furioso. Vayansé ya. A Ezeiza, ya. No, ahora. Los veo ahí a las diez, en el ala nueva y no saluden. Por encima de la penumbra hubiera parecido que nos leíste completos. Cinco civiles agitadísimos, congestionados y con miedo a la muerte. Esos fuimos los que nos ofuscamos en la noche, y vos también. Temblabas, Belén. Como una hoja.
Consigna: Escribir un texto partiendo de la frase "No estaba preparado/a"