Los Días de Lorenzo - "Manny"
- No entiendo.
Juki me miró perplejo. Soy su padre. Los padres entendemos y sólo entendemos.
- ¿Qué cosa? - dijo el nene. El camión de la basura hacía vibrar la calle y los oídos. Hablábamos a los gritos.
- ¿Qué hacés?
Miró el pozo.
- Un pozo.
- Si, ya sé. No te hagás el vivo. Te pregunto, ¿por qué hacés el pozo?
- Me lo pidió el tío. - La caída de bolsas con botellas de vidrio, inconfundible.
- El tío... ¿mi primo?
- Ajá.
Miré de nuevo. La tierra removida se apilaba desprolija al costado. Era olor a vivero, a la abuela cambiando su ficus de maceta. Juki fue el primero en encontrarle sentido a la pala. Seguía yo sin entender.
- Y pero ¿por qué?
- ¿Qué cosa? - primera se convirtió en segunda, y no se detendría hasta la calle Pioneros. El sonido se fue con él.
- ¿Por qué te pidió eso?. El tío, ¿por qué? - Las preguntas no eran a Juki. Eran a Lorenzo. Lorenzito.
- No sé - Mintió. Descaradamente, mi hijo se había olvidado de haber nacido ante mis ojos.
- Juan Ignacio.
- ¡No sé!
Ojos penetrantes, leve alzar de ceja izquierda y brazos severos que se cruzan displicentes entre sí.
Silencio. Juan Ignacio tomó la pala y se inclinó hacia el cráter.
- Ch, ch, ch, ch. ¿Qué hacés?
- Un poz--nada - y mi pala nueva se recostó en el lodo seco.
- Te escucho.
- Me dijo que no te cuente, que te iba a contar él - Sus ojos estaban de rodillas en la excavación, era sincero.
- ¿Y esto sería cuándo...?
- Está en la cocina. Dijo que entres por la puerta de atrás
Era un Día de Lorenzo. Hacía ya mucho tiempo desde el último. Jornada entera, preparada o no, en que su primo alteraba el correcto orden ontológico de los seres y las cosas, para lograr una distorsión real de la dimensión que ambos habitaban. Segmento temporal definido menor a veinticuatro horas en que todos los esquemas estructurados de pensamiento dosificado se perdían en un mar de pelotudeces y lapsos lisérgicos de hechos que deberían ser imposibles. Y justo ese día, que peleaba Maravilla Martínez para defender el título.
- Andá para adentro.
- No puedo entrar hasta que hables con el tío
La característica de los Días de Lorenzo eran su perfecto funcionamiento interno. Cada uno de esos días contaba con una serie de normativas de autorregulación precisas. Un orden propio, como un poema hecho carne. Ir contra ese orden era perecer. Era en vano. Lorenzo estaba en todos lados. Juki tomó la pala y siguió cavando. Mi poder parental ya no surtía efecto.
El Día de Lorenzo había comenzado.
La neblina se comía los murmullos de las veredas. Las casitas bajas y arboladas del barrio le silbaban algo al aguacero que nos venía vigilando desde temprano. El patio iba a ser un desastre si llovía, Juki entraría hecho una pelota de barro a desgracia del alfombrado.
Rodeé mi casa. Lorenzo es una mente perversa: las persianas, todas, estaban cerradas. La única luz importante nacía de la puerta que me fue instruida. Chirrió un poco al abrirse. La cocina se veía minúscula con las puertas al living cerradas, y con el pasillo que unía las habitaciones a oscuras.
La puerta a la sala de estar, blanca como todo en la cocina, se abrió apenas unos centímetros. Suficientes para que un hombre barbudo se deslice de coté y cierre la puerta tras de sí. El barbudo recostó la espalda en ella. Sus ojos oscuros me miraron fijo.
- ¿¡Lorenzo!?
- Shhhhhh. Callate que se durmió - La voz neutra de un infomercial inundaba el ambiente. Lejanas, las paladas de Juki.
- ¿Quién se durmió? - Juki estaba afuera y era el único que vivía en la casa más allá de mi. Lorenzo, ahora más parecido a un náufrago que a un biólogo, me hundió los ojos. Pequeñas amatistas viles siempre trémulas, que ahora se enfocaban en no decirme algo.
El living. La clave estaba en el living. Avancé un paso y Lorenzo, pecho altivo, me detuvo.
- No pasarás.
- Lorenzo, no seas imbécil.
- ¡Corre, tonto!
- Gandalf, no seas pelotudo y correte.
- No.
- Me empujás de nuevo, y te cago a palos.
- Te mandás de vuelta y te empujo. Es peligroso ahí dentro.
- Qué mierda habrás hecho.
- Está durmiendo tranquilo y es todo lo que tenés que saber. Dejá de levantar la voz porque se nos pudre.
-¿Se nos pudre? Lorenzo, ¿en qué te metiste?
-Tranquilo. Mirá, es todo muy gracioso. ¿Te acordás de Romina, la chica de rulitos? Bueno, resulta que ahora está trabajando conmigo. No me mires así, si la conocés. La que decía "digamos" todo el tiempo. Una gordita de rulos negros que cuando sonreía se achinaba. Dale, me vas a decir que no te acordás.
Lorenzo confundió el titánico esfuerzo de mi cerebro para acompasar todos los hechos, con no reconocer a la muchacha.
-Andá al punto, Lorenzo.
-Es que un punto sólo no significa nada.
-Sabés lo que te quiero decir.
-Bueno. Resulta que, bueno. Miradita va, cartita viene y coso. Bueno. Trabajaba conmigo, yo corté con Gise, andaba bajón.
-¿Lorenzo, me podés explicar por qué no puedo entrar en mi living de una puta vez?
Juki me miró perplejo. Soy su padre. Los padres entendemos y sólo entendemos.
- ¿Qué cosa? - dijo el nene. El camión de la basura hacía vibrar la calle y los oídos. Hablábamos a los gritos.
- ¿Qué hacés?
Miró el pozo.
- Un pozo.
- Si, ya sé. No te hagás el vivo. Te pregunto, ¿por qué hacés el pozo?
- Me lo pidió el tío. - La caída de bolsas con botellas de vidrio, inconfundible.
- El tío... ¿mi primo?
- Ajá.
Miré de nuevo. La tierra removida se apilaba desprolija al costado. Era olor a vivero, a la abuela cambiando su ficus de maceta. Juki fue el primero en encontrarle sentido a la pala. Seguía yo sin entender.
- Y pero ¿por qué?
- ¿Qué cosa? - primera se convirtió en segunda, y no se detendría hasta la calle Pioneros. El sonido se fue con él.
- ¿Por qué te pidió eso?. El tío, ¿por qué? - Las preguntas no eran a Juki. Eran a Lorenzo. Lorenzito.
- No sé - Mintió. Descaradamente, mi hijo se había olvidado de haber nacido ante mis ojos.
- Juan Ignacio.
- ¡No sé!
Ojos penetrantes, leve alzar de ceja izquierda y brazos severos que se cruzan displicentes entre sí.
Silencio. Juan Ignacio tomó la pala y se inclinó hacia el cráter.
- Ch, ch, ch, ch. ¿Qué hacés?
- Un poz--nada - y mi pala nueva se recostó en el lodo seco.
- Te escucho.
- Me dijo que no te cuente, que te iba a contar él - Sus ojos estaban de rodillas en la excavación, era sincero.
- ¿Y esto sería cuándo...?
- Está en la cocina. Dijo que entres por la puerta de atrás
Era un Día de Lorenzo. Hacía ya mucho tiempo desde el último. Jornada entera, preparada o no, en que su primo alteraba el correcto orden ontológico de los seres y las cosas, para lograr una distorsión real de la dimensión que ambos habitaban. Segmento temporal definido menor a veinticuatro horas en que todos los esquemas estructurados de pensamiento dosificado se perdían en un mar de pelotudeces y lapsos lisérgicos de hechos que deberían ser imposibles. Y justo ese día, que peleaba Maravilla Martínez para defender el título.
- Andá para adentro.
- No puedo entrar hasta que hables con el tío
La característica de los Días de Lorenzo eran su perfecto funcionamiento interno. Cada uno de esos días contaba con una serie de normativas de autorregulación precisas. Un orden propio, como un poema hecho carne. Ir contra ese orden era perecer. Era en vano. Lorenzo estaba en todos lados. Juki tomó la pala y siguió cavando. Mi poder parental ya no surtía efecto.
El Día de Lorenzo había comenzado.
La neblina se comía los murmullos de las veredas. Las casitas bajas y arboladas del barrio le silbaban algo al aguacero que nos venía vigilando desde temprano. El patio iba a ser un desastre si llovía, Juki entraría hecho una pelota de barro a desgracia del alfombrado.
Rodeé mi casa. Lorenzo es una mente perversa: las persianas, todas, estaban cerradas. La única luz importante nacía de la puerta que me fue instruida. Chirrió un poco al abrirse. La cocina se veía minúscula con las puertas al living cerradas, y con el pasillo que unía las habitaciones a oscuras.
La puerta a la sala de estar, blanca como todo en la cocina, se abrió apenas unos centímetros. Suficientes para que un hombre barbudo se deslice de coté y cierre la puerta tras de sí. El barbudo recostó la espalda en ella. Sus ojos oscuros me miraron fijo.
- ¿¡Lorenzo!?
- Shhhhhh. Callate que se durmió - La voz neutra de un infomercial inundaba el ambiente. Lejanas, las paladas de Juki.
- ¿Quién se durmió? - Juki estaba afuera y era el único que vivía en la casa más allá de mi. Lorenzo, ahora más parecido a un náufrago que a un biólogo, me hundió los ojos. Pequeñas amatistas viles siempre trémulas, que ahora se enfocaban en no decirme algo.
El living. La clave estaba en el living. Avancé un paso y Lorenzo, pecho altivo, me detuvo.
- No pasarás.
- Lorenzo, no seas imbécil.
- ¡Corre, tonto!
- Gandalf, no seas pelotudo y correte.
- No.
- Me empujás de nuevo, y te cago a palos.
- Te mandás de vuelta y te empujo. Es peligroso ahí dentro.
- Qué mierda habrás hecho.
- Está durmiendo tranquilo y es todo lo que tenés que saber. Dejá de levantar la voz porque se nos pudre.
-¿Se nos pudre? Lorenzo, ¿en qué te metiste?
-Tranquilo. Mirá, es todo muy gracioso. ¿Te acordás de Romina, la chica de rulitos? Bueno, resulta que ahora está trabajando conmigo. No me mires así, si la conocés. La que decía "digamos" todo el tiempo. Una gordita de rulos negros que cuando sonreía se achinaba. Dale, me vas a decir que no te acordás.
Lorenzo confundió el titánico esfuerzo de mi cerebro para acompasar todos los hechos, con no reconocer a la muchacha.
-Andá al punto, Lorenzo.
-Es que un punto sólo no significa nada.
-Sabés lo que te quiero decir.
-Bueno. Resulta que, bueno. Miradita va, cartita viene y coso. Bueno. Trabajaba conmigo, yo corté con Gise, andaba bajón.
-¿Lorenzo, me podés explicar por qué no puedo entrar en mi living de una puta vez?
Mi voz es grave y hablé exasperado. Se generó un silencio donde ambos nos dimos cuenta del volumen de mi queja. Lorenzo me observó fijo, pero no estaba allí. Estaba atento, oyendo. Vigilando.
Desde la sala de estar, al fondo, junto a la televisión, un gruñido regular fue subiendo escalas. Era una vuvusela gutural, tronadora como el camión de basura. La vajilla para lavar en el piletón vibró aguda en un ruido de porcelana y metal. La luz parpadeó.
Desde la sala de estar, al fondo, junto a la televisión, un gruñido regular fue subiendo escalas. Era una vuvusela gutural, tronadora como el camión de basura. La vajilla para lavar en el piletón vibró aguda en un ruido de porcelana y metal. La luz parpadeó.
Los ojos de mi primo eran un volcán de ideas en silencio. Sus manos se postraron firmes en el marco de la puerta, él de espaldas a ella, más severo que nunca.
-Te lo puedo explicar - susurró. No puedo narrar mis sensaciones. Pero estoy seguro que Lorenzo puede narrar mi rostro aterrador.
Tomó aire
-Hay un buffalo durmiendo en el living. Se llama Manny y se queda hasta mañana. Lo iban a sacrificar en el zoológico para darle lugar a unos perezosos de mierda que están de moda. Romina quería salvarlo y estaba haciendo los trámites pero no le alcanzó el tiempo. Y yo dije que tenía dónde tenerlo hasta mañana. Si querés que se vaya lo vas a tener que sacar vos con tus manos. Muerde.
Permanecí en silencio. El alfombrado. Las cortinas que tanto toman el olor. La compra mensual que había realizado ayer. El agujero en el jardín. La barba símil pederasta de su primo. La pelea de Maravilla que ahora comenzaba en la habitación contigua. Defendía el título mundial. Todos los muchachos se iban a juntar en un bar a verla, y yo había decidido, sabiamente, ir a mi casa a verla con mi hijo y los montones de maní japonés que había comprado previsor.
Tomó aire
-Hay un buffalo durmiendo en el living. Se llama Manny y se queda hasta mañana. Lo iban a sacrificar en el zoológico para darle lugar a unos perezosos de mierda que están de moda. Romina quería salvarlo y estaba haciendo los trámites pero no le alcanzó el tiempo. Y yo dije que tenía dónde tenerlo hasta mañana. Si querés que se vaya lo vas a tener que sacar vos con tus manos. Muerde.
Permanecí en silencio. El alfombrado. Las cortinas que tanto toman el olor. La compra mensual que había realizado ayer. El agujero en el jardín. La barba símil pederasta de su primo. La pelea de Maravilla que ahora comenzaba en la habitación contigua. Defendía el título mundial. Todos los muchachos se iban a juntar en un bar a verla, y yo había decidido, sabiamente, ir a mi casa a verla con mi hijo y los montones de maní japonés que había comprado previsor.
- ¿Cómo carajo lo entraste?- susurré
- Por el garage. Enquilombé un poco pero ya lo ordené. Más o menos.
- ¿De verdad que muerde?
- La verdad que no. Y si te quisiera morder no te haría nada, porque tiene los dientes limados. Lo que sí, embisten. Pero en un living no va a poder. Igual, Manny es un pancho bárbaro.
- Podré...
Quería verlo. No me lo quería perder.
- ¿Podré mirar la pelea?
Lorenzo respondió de inmediato, sagaz.
- Pero, ¡por favor! Yo te digo cómo acercarte, voz hacéme caso y no seas bruzco. Si llevás más maní mejor, porque le encantó.
Luego de un instructivo preciso de cómo evitar que un buffalo te ataque, ingresé al living.
Era un mastodonte. Casi metro setenta de altura: una bola de alambres pardos que le recubrian el cuerpo de barril y unas pezuñas extrañamente pulcras aplastando el alfombrado. Estaba excesivamente cerca del televisor, de pié (¿de patas?) mirando el ingreso del inglés Murray al ring. Lo escrutaba intensamente, mientras respiraba rasposo. Me acerqué haciendo ruido para no sorprenderlo y le acaricié la cabeza. El pelaje estaba sedoso, a mi sorpresa.
Le extendí un puñado de maníes que agarró con muchísimo cuidado.Lo tomó de mi mano con el filo de su dentadura grotesca, sin dejar en ningún momento de mirar el televisor. Me senté junto a él.
Entre round y round comentaba con Lorenzo lo impreciso de Maravilla Martínez, la fuerza del cross de Murray, los empujones y los cortes pronunciados en el rostro del defensor del título. De que se lo veía flojo después de la primera caída, y ni hablar después de la segunda.
Escuché a alguien entrar en la cocina. Lorenzo me dijo que era Juki, que había desperdicios de Manny que iba a enterrar para que se degraden más rápido. La campana sonó una y otra vez.
La pelea terminó: se decidía por puntos.
-Gana Murray - dije.
Manny sacó por primera vez los ojos de la pantalla y me los pusó encima. Frunció un poco el ceño y regresó la mirada al televisor. En ese exacto momento, el referí tomo las manos de ambos y alzó, impetuoso, la del argentino.
Me quedé atónito y Manny resopló.
Sabía más de boxeo que yo, y ambos éramos conscientes.
-Tranquilito eh, que el que tiene pulgares soy yo- dije intentando de salvar, en vano, mi ya vapuleado orgullo. Nos miramos unos segundos en silencio y terminamos el Día de Lorenzo viendo las acusaciones del inglés sobre la injusticia de la definición.
Manny ahora está en un zoológico interactivo, de esos donde se pueden tocar y jugar con ellos, en el interior de la provincia.
Les prometí a Lorenzo y a Manny que la próxima pelea importante iría a verla con ellos. A juzgar por el mugido despectivo, adiviné que Manny preferiría verlo con alguien que supiera un poco más de boxeo.
Consigna: Escribir relacionando alguna de estas fotos:
- Por el garage. Enquilombé un poco pero ya lo ordené. Más o menos.
- ¿De verdad que muerde?
- La verdad que no. Y si te quisiera morder no te haría nada, porque tiene los dientes limados. Lo que sí, embisten. Pero en un living no va a poder. Igual, Manny es un pancho bárbaro.
- Podré...
Quería verlo. No me lo quería perder.
- ¿Podré mirar la pelea?
Lorenzo respondió de inmediato, sagaz.
- Pero, ¡por favor! Yo te digo cómo acercarte, voz hacéme caso y no seas bruzco. Si llevás más maní mejor, porque le encantó.
Luego de un instructivo preciso de cómo evitar que un buffalo te ataque, ingresé al living.
Era un mastodonte. Casi metro setenta de altura: una bola de alambres pardos que le recubrian el cuerpo de barril y unas pezuñas extrañamente pulcras aplastando el alfombrado. Estaba excesivamente cerca del televisor, de pié (¿de patas?) mirando el ingreso del inglés Murray al ring. Lo escrutaba intensamente, mientras respiraba rasposo. Me acerqué haciendo ruido para no sorprenderlo y le acaricié la cabeza. El pelaje estaba sedoso, a mi sorpresa.
Le extendí un puñado de maníes que agarró con muchísimo cuidado.Lo tomó de mi mano con el filo de su dentadura grotesca, sin dejar en ningún momento de mirar el televisor. Me senté junto a él.
Entre round y round comentaba con Lorenzo lo impreciso de Maravilla Martínez, la fuerza del cross de Murray, los empujones y los cortes pronunciados en el rostro del defensor del título. De que se lo veía flojo después de la primera caída, y ni hablar después de la segunda.
Escuché a alguien entrar en la cocina. Lorenzo me dijo que era Juki, que había desperdicios de Manny que iba a enterrar para que se degraden más rápido. La campana sonó una y otra vez.
La pelea terminó: se decidía por puntos.
-Gana Murray - dije.
Manny sacó por primera vez los ojos de la pantalla y me los pusó encima. Frunció un poco el ceño y regresó la mirada al televisor. En ese exacto momento, el referí tomo las manos de ambos y alzó, impetuoso, la del argentino.
Me quedé atónito y Manny resopló.
Sabía más de boxeo que yo, y ambos éramos conscientes.
-Tranquilito eh, que el que tiene pulgares soy yo- dije intentando de salvar, en vano, mi ya vapuleado orgullo. Nos miramos unos segundos en silencio y terminamos el Día de Lorenzo viendo las acusaciones del inglés sobre la injusticia de la definición.
Manny ahora está en un zoológico interactivo, de esos donde se pueden tocar y jugar con ellos, en el interior de la provincia.
Les prometí a Lorenzo y a Manny que la próxima pelea importante iría a verla con ellos. A juzgar por el mugido despectivo, adiviné que Manny preferiría verlo con alguien que supiera un poco más de boxeo.
BruReale
Consigna: Escribir relacionando alguna de estas fotos: