Pseudo-lobo
Te está mirando fijo, sonriendo. Hace veinte minutos, reloj, que no te deja cambiar el tema de la conversación. Está inclinada hacia vos. Está arriesgándose a quedar para la mierda por insistente. Con lo caro que sale, en esta sociedad, ser una mina que ruega y ella te lo está haciendo hace mucho y la cosa no parece alargarse mucho más. Parecería que al resto de la galaxia le ENCANTA que le insistan para salir una noche a bailar. Es como el sueño de la prepa de un grupito de acné con patas que circula en tu televisión. El tuyo no. A vos no te gusta. Es incómodo. Pero no que te insista, no que se incline hacia vos. Es porque sabés lo que pasa cuando salís.
Tu tono jocoso que todos creen eterno se va. Sos un pelotudo que responde con la cabeza gacha, riéndose de nervios. "Nooo, che. Que hace mucho que prefiero no salir. Jajaja, no sos pesada. No, pero no, creeme. Mejor no. Jaja, en serio boluda. No es por salir con vos, es porque no me gusta. Posta te digo. Preguntale a los chicos, que saben que no me gusta. No, en serio. Jaja, bueno, perdón. No, es que no sé. No, pero... No" Y así. Pero ella es ella. Hay algo como muy subterráneo que te ata al pedido. Eso es lo que hace que ella insista, y eso es lo que, al final, te hace decirle que sí. Que vas a ir a su cumpleaños el sábado y que no te vas a ir a las 2 a.m. como siempre, cuando todos salen de la previa y van al boliche.
Jugás a los videojuegos compulsivamente. Ese es tu vicio palpable. Eso es lo que necesitás a simple vista y lo que los que te quieren te respetan. A los juegos los dejás, si, bueno. Podés vivir unas vacaciones sin jugar. Cuando hacés otra cosa que te gusta no pasa nada. Pero basta con tener tu compu cerca, que te dan ganas. Que querés despejar la casa de invitados y quedarte solo. Que te gustaría no tener que estudiar. Que no pasa nada si llegás tarde a cursar. Es que es un juego online y no te podés ir a la mitad porque capaz que te suspenden por una semana. Terror. Hacías esperar media hora a tu ex para darle tres besos seguidos, o para hacerla sentir que la amabas. Pero esta noche, este cumpleaños, renunciaste a juntarte con tus amigos que también se pierden en eso. Preferiste evitar estar sólo y vicear hasta que no lográs ganar nada y descansás. Y escuchás música lo más en bolas que puedas, y escribís según la música que escuchás.
Renunciaste a eso para hacer lo que aparece en todos lados. Lo que todos se cuentan entre sí: ir a la fábrica de anécdotas. Vas a ir al boliche. A ese paraíso que leés en las redes sociales que todos codician. "Qué ganas de salir por diossss" leés por ahí. "Hoy la rompemos". ¿Qué mierda vas a romper? Nada rompés. Sigue todo sano. Todo igual. A ellos te los vas a cruzar.
Tu habitación es un mar y la voz de tu conciencia, tu madre, te dice en tu cabeza que hace años que tendrías que tener ropa ordenada. Ya creciste. Ya tomás decisiones. Pero tu ropa y tu casa, dice esa mujer, son un quilombo. Tenés que buscar algo para ponerte. Por un momento pensás si de verdad te molesta lo que vean de vos: la primera impresión. Y te respondés que sí. Porque si te interesa hablar con alguien, ya empezás mal. Y te preguntás si de verdad te interesaría alguien que te juzga por tu ropa. Y te respondés que lo más probable es que sí. Entonces decidís vestirte bien. Aunque no tan bien, porque no te vestís nunca tan bien. Lo hiciste, varias veces. Es más, sabés que tenés buen gusto. Pero ya te conocen por ser un desgarbado, y darles más razones para prestarte atención a la noche no te entusiasma en lo absoluto.
Mientras caminás entre los colchones, las valijas, los libros y la ropa, ves el saco color café que tanto usaste en Mendoza. Allá salías, pero no ibas a los boliches. Te juntabas con un grupo de personas que aceptarían con orgullo el mote de "socialmente inadaptados". Ellos querían molestar. Tenían otra concepción sobre la normalidad, y eso que los mendocinos del centro de Mendoza tienen una normalidad bastante tiesa. Decís "mendocinos del centro" porque, cada vez que mencionás a estos cuyanos, te brota un asco medio raro. Pero sabés que no son todos. Por eso siempre te excusás.
Salías con estos chicos disfrazado. Te ponías una camisa a cuadros que se había olvidado tu viejo, un pantalón de jean sin localizado ni desgastado ni nada, y te ponías mucho spray para el pelo. Tomabas esa maraña gigantesca, ese cabello león que te destacó esos años, y te dibujabas la raya al medio. Salías, con estos monos, a la calle Arístides, conocida por ser la calle de los bares más conchetos del centro mendocino. Se mataban de risa. Hombres y mujeres los miraban de reojo. No con burla, sino con incertidumbre. No sabían si habían venido porque los contrataron, o hasta dudaban si realmente usaban los pantalones casi hasta el pecho porque sí. Venían mujeres divinas, con un acento dulzón, y se prendían de vos y de los chicos. Se sacaban fotos con ustedes, les sacaban los lentes horribles que llevaban y se los ponían ellas. Los chabones que las acompañaban, peinados al gel y de camisa ajustado, estaban lejos de ser lobos luchando por el territorio. No se acercaban a decirte algo para alejarte, o para demostrarle a las musas que con vos no estaban encontrando nada nuevo. No. Ellos se quedaban esperando a que ellas terminen de divertirse de una puta vez. Y así pasaron las noches y todavía mantenés contacto con esas mujeres. Pero hoy vas a ser uno de los otros. Uno de los pseudo-lobos.
El noventa porciento de tus compañeros de facultad fuman porro. el cincuenta de ese noventa, lo hace muy seguido. el ochenta de ese cincuenta, se jacta de ser copado por hacerlo. El cien de ese ochenta te caen como el orto. Y están todos en la previa. Todos. "La fiesta de veterinaria estuvo buenísima. Diez flores". "Neh, mas o menos. La de psicología estuvo mejor, el Lupa llevó trece flores" y vos pensando en lo parecidos que son a tu tía, que cuando compra algo lo juzga por lo que costó y lo ridículo que fue encontrarlo. "¿Te gusta este saquito? cuarenta pesos me costó. Encima lo encontré en una tienda que estaba en el fondo de un pasaje, escondido nomás y la chica lo estaba sacando de la vidriera".
¿Ese es el criterio? ¿No conociste a nadie nuevo en veterinaria? ¿No descubriste una nueva pasión? ¿No te dijeron un chiste, una pregunta re loca, una peli nueva, una estrategia para ganar "minitas" o la clave del éxito para hacerte el copado sin revelar que todavía no entendés una mierda de la vida? ¿Nada de eso? Eso se te cruza por la cabeza. Pero la reflexión no cruza caminando por tu consciente, con un bastón y por la senda peatonal cuando el semáforo le marca verde. Esa multitud de improperios te empieza a tapar. Es como una calle china. Es de esos desbordes que sólo te sacás diciéndolos. Pero no querés: sabés lo que pasa cuando los decís.
En ese instante, el horror. Vamos a ser sinceros. No es que no estés acostumbrado a ver gente fumar marihuana. Sí, en tu adolescencia tu mejor amigo y vos eran la Brigada-A de la lucha contra el tabaco y el alcohol. Pasaban noches enteras, chicos y chicas, hablando de la vida, inventando historias. Pero ya no es así. Fueron pasando los años y le tomaste el gusto a algunas cervezas, al fernet, a bebidas ligeras, y a tragos ocasionales de licores fuertes y hasta whisky. Vas a ese bar que te gusta, y te tomás dos o tres pintas de cerveza exquisita y salís con cosquilla en los ojos. Algunas veces hasta pensando "Si mi yo de dieciséis me viera".
Viste a gente muy querida tomar cocaína. Viste lo que le hizo el LSD a un amigo del alma. Te enamoraste secretamente de una chica que estaba abiertamente enamorada de su ex: ese que estaba en rehabilitación, del que tanto te hablaba. Estuviste con otra que quedó marcada a fuego por ese novio que, según te pareció luego de hacerle el amor, la podría haber violado o pegado cuando estaba pasado de merca. Duro. Y ahora el flaco este que tan poco te cae, ese que conocés desde primero de la facultad y que a todos tus amigos le cae re bien, saca una turbina. Y la puta que lo parió, otro saca las seditas y se arrinconan contra la pc, que tira música como puede. Y vos ahí. Pensando incrédulo cómo carajo terminé acá. Mirando a tus amigos que te conocen. Los que giran hacia vos y te tiran miradas con culpa. Como diciendo "sabés que es así", "no te molestes, pasala bien", "perdón por meterte acá". Y la gente que sabe tu opinión, de alguna vez anterior que hayas explotado, aceptan el faso juzgados. Porque es fácil darse cuenta cuando alguien se está sintiendo juzgado. Te evita la mirada, con vergüenza o con orgullo, y habla fuerte. Pronuncian claramente y fingen no saber que los estás mirando fijo. Porque vos sabés cómo son cuando están en otros terrenos.
"¿Querés?". "No, gracias" respondés. Gracias por qué, no sabés. Si te ofrecieran comer mierda les dirías "No, gracias". ¿Decís "No, gracias" cuando te piden la hora en la calle y no se lo vas a decir a él? Y la ronda sigue. Te gusta el olor, pero un toque nomás. No se te ocurre hacer ninguna de tus acotaciones multitudinarias. Te reservás tu personalidad showman. Es que siempre hay un pelotudo que hace algún comentario sobre la joda, sobre estar borracho o estar muy drogado, que te tapa la calle. Y cuando se te tapa la calle, te agarra el asco y así de nuevo todo. Entonces dejás que esos seres hagan lo suyo. Aprovechás cuando están medio borrachos, o locos, para joder y hacerles chistes. Contar alguna historia o para dar esas palmadas amistosas que tanto te gusta dar. Son un público sencillo y es el único momento en que su pelotudismo sobrio no les impide ser tus amigos.
Te encanta la prima de la cumpleañera. Pelo rapado de un lado, vestida de zapatillas y con ese arito de toro en la nariz. Te encanta que ella se haya ido a la cocina a buscar una cerveza y la haya abierto con un encendedor, mientras apretaba los ojos para que el pucho no se le caiga de la boca. Es un gesto que te parece raro en las chicas, y en general te atrae lo raro. Y así te va también. Cuando le contás algo al que tenés al lado, hablás fuerte y la mirás como si ella hubiera estado en la charla todo el tiempo. Eso funciona. Además, no tenés que acercarte y demostrarle que querés acercarte. Es más, cuando se da cuenta que estás hablando de algo que le interesa, agarra su vaso y se sienta cerquita tuyo. Le hablás más a la persona con la que estabas antes, para generar interés. Es decirle a ella "no es que te miro, te acercás, y dejo a mi amigo en banda. No, flaca. Acá hay códigos. Si querés que te preste más atención, tenés que ser copada". Pensás así en tus momentos más lúcidos y te da orgullo.
"Cómo está esa priiimaaaa" el amigote de la cumpleañera, chomba de Los Pumas, que se jacta de ser el tipo que pasa más tiempo borracho y despuerto. Estudia arquitectura y, como mi tía o el salame de mi compañero del ingreso, creé que la calidad del estudiante se mide en horas trasnochadas. "Qué hacés che, tanto tiempo" responde ella. Es amistosa, pero distante. La debe conocer de otras jodas. Él le pasa el brazo por arriba de los hombros. "Una bocha. ¿De dónde venís tan linda?" una frase que te parecería bastante simpática, siempre y cuando no se arrastren las "d" y la receptora del cumplido no esté vestida como si estuviera en su casa. Ella le responde y charlan un rato. Vos hacés fuerza por concentrarte en tu compañero anterior, pero la conversación de ellos te distrae. Quedarte esperando a que terminen es ser un pseudo-lobo.
Te vas a la cocina como si tuvieras algo que hacer ahí. Aceptás un vaso de fernet enorme. Lo tenés el suficiente tiempo como para que se note que "sos de los que toman". Y cuando te mira alguna chica linda que hayas visto hacerse la borracha, le pegás un sorbo. No se vaya a sentir juzgada. Todo esto teniendo el vaso de la manera más elegante que se te ocurre. Te mojás el pantalón cuando te apoyás en la mesada de la cocina, porque a tal se le cayó el vaso de licor de melón con speed. Hace frío y sentís el culo helado. No querés estar ahí.
Te "reís" mesurado de los chistes que te parecen ingeniosos. Pero nada te da gracia. Sonreís y otro sorbo, porque parece ser el momento donde mejor queda. Para que algo te de gracia tenés que estar en paz. El o la imbécil ocasional que hace el chiste de "ya tomaste un montón". "Este viene tomando desde las nueve de la tarde, después no te voy a andar cuidando". "Qué penas estarás ahogando che". Y otros comentarios símiles. Todos en la cocina. Es diminuta la cocina. Horno, mesada, heladera y una mesa pensada para dos personas amontonadas. Vos estás ahí porque "tenías algo mejor que hacer". Volver al living significaba que si alguien te estaba viendo desde el principio, se daría cuenta que entraste y saliste sin nada para tomar, o sin ninguna excusa visible para ir a la cocina. Esperás unos minutos a que alguno de tus conocidos vaya al living y volvés charlando con él con más ánimos que nunca.
No sabés donde poner las manos. Si las ponés en los bolsillos enteramente, es porque se nota que estás inseguro o incómodo. Si las ponés con los pulgares afuera quedás banana. Si ponés sólo los pulgares adentro, te estás haciendo el modelo. Si te ponés las manos en la cintura, gesto que te encontrás haciendo seguido, te preocupa parecer gay y lo que es peor, un gay viejo choto. Cruzar los brazos es estar a la defensiva. Tocarse la cara indica que no querés que te vean. Ser manco no se puede. Así que te sentás y hacés el hermoso gesto familiar. Dejás el respaldo debajo de tu axila derecha, y el brazo detrás de dicho respaldo se agarra del lado para el que estás mirando. Tu brazo izquierdo hace de grúa entre vaso y vaso. Es un gesto demasiado complejo como para parecer nada.
Ya están todos medianamente alegres. La cumpleañera te mira con ternura. Con la ternura que te mira alguien cuando le hacés un favor de corazón. Y te habla fuerte y te abraza. La prima te ve a los cariños con la cumpleañera, pero a su rol no le corresponde interesarle. Te parece ventajoso, porque si tu familiar abraza y quiere a alguien, probablemente sea un alguien interesante. Salen caminando hasta el boliche, que queda relativamente cerca. Te gusta que vayan a pie, porque te podés alejar de los que no te caen bien y se ramifican las charlas. Tenés cuidado de ir a la par de gente que te resulta interesante, porque en el caso de que se desvíen, corrés el riesgo de estar demasiado tiempo sólo. Y ser el chico que en la joda casi no habla, no fuma, no toma mucho, tiene cara de nene, que se la pasa poniendo las manos en los bolsillos y sacándoselas, y además camina sólo por la calle en el fueguino gesto de mirar al piso, no es un buen desarrollo de tu conducta social.
Entran. El patova te pide el documento frente a varias chicas que pasaron antes que vos impunes. Machismo. Se lo mostrás: dice que tenés veintidós. Lo revisa bien, por si es falso. No te dice "Diculpame, pasá. Bienvenido". Te hace un gesto con la cabeza, como si le debieras algo. Tenés ganas de comentarlo con alguien, pero se supone que salís seguido y sabés que los patovas son así. Además, se supone que no sos tan sensible. No te molestó darle consejos románticos al chabón que cuerneabas con su novia, y te va a molestar que el patova no te chupe las medias. Esa última comparación te da gracia, y te hace olvidarte del escándalo.
Está atestado. No hace calor, pero vos sabés que el calor se arma a las cuatro más o menos. Tenés tu campera enorme y no sabés dónde ponerla. El guardarropas es muy caro, y nunca sabés cuándo te agarra la loca y te vas. Tus amigos, que te salvan un poco de todo esto, se dividieron y se fueron a otro cumpleaños. Así que te quedaste con uno sólo de ellos que no conocía al otro cumpleañero. Apegarte demasiado es raro, así que te inclinás a estar relativamente cerca de la cumpleañera. Relativamente, porque sabés lo que pasa en los boliches cuando alguien cumple años.
No podés charlar. Las veces que intentaste hacerlo en un boliche, tu presa no te escuchó y a la tercera te gritó "no te entiendo nada" y levantó los hombros como "y qué se le va a hacer, hay mucho ruido". Te redujiste a un bailecito pedorro. No soportás la cumbia, o el reggaeton. Y electrónica muy poco. Cuando le prestás atención a lo que suena, contás la cantidad de acordes que tiene el tema. Pensás en la historia del músico, y la cantidad de bandas que podrían estar utilizando esos financiamientos. Y te da un poco de resignación. Pero la música, resignado o no, va a seguir sonando. Y pensás por qué carajo la gente necesita hacinarse en un lugar con música lo suficientemente fuerte como para no escucharse.
En tu bar ponen música bajita que hace que el ambiente esté buenísimo. En tu casa o en la de tus amigos siempre suena algo de fondo, y se sube sólo cuando se puede cantar. Y no es Chopin, no es Rachmaninoff. ¿Por qué aclarás que no es música clásica? Porque una vez, por criticar la música bailable, te dijeron "soberbio".
Tenías quince años y estabas hablando de una manera muy displicente sobre la cumbia. No racista. Displicente. "Es una música de mierda, repetitiva, con 3 acordes. No varía entre canción y canción. No hay UNA variación." Para vos la cumbia no incita a la buena onda. No busca levantarte el ánimo, como el rock: el que también se baila. Y esa chica que era tu amiga, pero vos la querías para darle besos. Que le caías a la casa día por medio "porque te quedaba de paso" desde inglés, se desentendió de vos y te dijo "esa es una opinión de soberbio. No sos mejor que nadie, ¿sabés?" y te partió el alma.
Porque toda tu vida, hasta hoy, lo que más orgullo te da de vos es lo fácil que podés querer. Y a ella no sólo la querías, la deseabas. Te imaginabas cómo era de verdad, cuando no fingía. Tenías un montón de preguntas para hacerle cuando estén tranquilos en alguna plaza o en alguna juntada. Y te tiró eso, porque cuando vos le dijiste "yo a la gente le saco la ficha rápido" ella te preguntó "a ver, decime cómo soy". Y pasó algo como lo que pasó con la cumpleañera. Y al final cediste, le dijiste lo que pensabas. Y se sintió juzgada, y comenzó a hacer de cuenta que no estabas. No te miraba a los ojos. Te sacó de encima así de fácil. Y en lugar de hacerte el boludo, como harías hoy, te quedaste en silencio y le diste la razón.
La cumpleañera te mueve la mano frente a la cara mientras baila a los saltos. Te dice algo pero no la escuchás. Suena un cuarteto, que preferís antes que la cumbia, y te saca a bailar. Antes bailabas un montón, cuando te enseñó una de tus amigas del colegio. Eras como un trompo que las sacaba a bailar y las mareaba. Y que hacía chistes cuando lo hacía y te buscaban. Porque le ponías espíritu y no querías aparentar nada con el resto de los chabones. Con los otros pseudo-lobos. Pero ahora te cuesta un montón. Tu cabeza está en tus quince años y de los quince a los veintidós la señal tarda un rato.
Bailás y ella te marca el paso. Sabés que es al revés, que el hombre marca. Pero hoy no tenés ganas. Te molesta que te hagan fuerza en los brazos, y no sabés cómo hacer "el ocho" siendo el que es dirigido. Es todo un movimiento bastante rígido y las manos se enriedan. Ella se ríe porque está borracha, aunque sabés que sobria se reiría igual. Vos te reís un poco exagerado, para no quedar odioso. La abrazás, y ahi sí, lo único fingido es que sea corto. Porque tenés unas ganas increíbles de uno de esos eternos. Uno de esos con charlas en el medio.
Está la prima bailando poco, casi nada. Está aburrida. Imaginás la cara que pondría ella si te viera disfrazado, con raya al medio. Te imaginás a ella sacándote los lentes y poniéndoselos. Te acercás y le sacás el vaso de la mano. Lo hacés con un gesto un poco gracioso, para que se note que es con onda. Le pegas un largo trago que no querés, pero es la mejor forma que tenés de romper el hielo.
Le decís a los gritos que no sabés como se llama. Te dice su nombre. Es un nombre extraño, así que le preguntás que significa. Ella te dice que primero le digas el tuyo. Si te pregunta, es porque le interesa seguir charlando. Le decís, y hacés el chiste que siempre hacés sobre tu nombre. Chiste que suena menos gracioso cuando tenés que gritar. Sonríe y baja la cabeza como aceptando que la sorprendiste. Te cuenta lo que puede sobre su nombre. Ahora, cuando hablan, se acercan para no tener que gritar. Se acercan y se alejan. Te cuenta cosas sobre su familia.
Estás un rato, no mucho, hasta que arranca un tema conocido. Y aparece la cumpleañera gritando el nombre de la prima. Que es "el tema" de ellas dos. Ella se da cuenta, te dice, "¡perdón, eh!" y se mete en un baile generalizado, con perreo y todo. Vos te vas a hablar con tu amigo. Te preocupás de que parezca que estás muy interesado en lo que te está diciendo. Cuando termina el bailoteo, ella vuelve porque se había quedado con algo a medio decir. Y vos todo este tiempo pensaste en agarrarla de la mano, decirle que había un lugar que querías que viera, llevarla afuera y decirle que necesitabas respirar un poco, pero no sin aprovechar para escucharla bien. Para disfrutar esas historias que cuando te querías dar cuenta, te habían cautivado. Historias que mientras te las decía pensabas "si yo fuera ella las escribiría".
Pero no. No estás en tu ambiente y las cosas no salen como vos querés. Charlan un rato más y te das cuenta que ya está mirando para otro lado. Agarra el celular y pensás que vos también lo harías si fueras ella. Le decís que la vas a dejar un rato, que tenés que ir con los chicos, que los dejaste colgados. Te dice que vayas, que todo bien. La música sigue sonando a lo que da y ya te duele la cabeza. Los pies son dos zonas de dolor y la rodilla izquierda, como siempre, te jode y suena cuando la doblás. Te querés ir.
"Son recién las cinco", te dice la cumpleañera. Le decís que mañana tenés que hacer algunas cosas al mediodía y que no te da para quedarte tanto. Mentira. Ella te dice que aguantes un rato más, así te da bola a vos. Te dice que te metas en la ronda con ellos. La prima está del lado opuesto de la ronda y te sonríe cuando entrás. ¿Por qué hará ronda esta gente? pensás en las películas de Mohawks y pistoleros y te da un poco de gracia. Los pies te siguen doliendo.
La campera que llevás enroscada al brazo ahora te da un calor infernal. El ambiente ya te hace sentir transpirado, y la camisa se pega al cuerpo. Te ponés a pensar lo desagradable que es una persona transpirada. Que si fueras la prima no te acostarías con un tipo sudado. No te dejarías llevar afuera por el amigo desconocido de tu cumpleañera prima, empapado como un chancho. Preferirías quedarte aburrida en la ronda, esperando a irte, pero quedando copada de verdad. No como el chabón ese que arrancó a hablarte robándote el vaso.
Fluctúan las personas de la ronda, hasta que quedás a dos cuerpos de la prima. Ya estás resignado a todo. Sólo querés estar cerca porque te gusta y te cae bien. "Tiene una buena energía" dirías si fueras más diestro en los boliches. En ese momento aparece un flaco al lado de ella. Empujando se mete a la ronda y le dice algo, mirándola muy de frente. Vos te percatás. Ella sigue bailando como si no hubiera escuchado, pero el chabón le dice algo más. Ella lo mira, seria, y le responde. El tipo éste se muerde el labio inferior y hace una mueca. Remata diciéndole, y se leyó claro en sus labios, "andá, putita". Ella no le pega una cachetada. Le pega una piña en el pecho y el flaco da dos pasos para atrás, llevándose puesto a un tipo. Ella se acerca a la cumpleañera, que está tiesa como todos. Le dice algo al oído y comienza a abrirse paso en la multitud hacia la salida.
Pensaste en alcanzarla, agarrarla del brazo y decirle que vayan a tu departamento a a tomar un café. O que la acompañabas a su casa, y cuando estés abajo decirle que si no te invitaba un cortado. Que en el camino podían hablar sobre una gran parte de los hombres y su noción estúpida de la seducción. Pero pensaste también en que todo eso se terminaba en cinco minutos, y al día siguiente sería una anécdota de la que todos se reirían, incluso el golpeado. Pero para vos no fue gracioso. No podés creer que pasé así nomás. Eso no pasa todo el tiempo. Pero en realidad sí pasa. Pasa todas las noches, varias veces en muchos boliches. Y la chica que que abre la cerveza apretando los ojos se tiene que ir sintiéndose para la mierda. O lo que es peor, termina comiéndole la cara al chabón contra una pared o yendo a su departamento.
Pero esperaste a ver si alguien salía atrás de ella. Y como nadie fue, vos tampoco. Esperaste unos minutos y saliste. Ella no estaba. Te pusiste la campera y empezaste a caminar a tu casa, a la madrugada. Viste pasar coches ocasionales con música que ya no querés oír más, sonando a todo trapo. Te insultaron dos de esos autos. Uno le gritó cosas a dos chicas que estaban en la misma que vos. Caminaste rápido, porque ya te robaron una vez y ahora tenés bastante plata encima.
Cuando te distraías un rato, repasabas la noche y te preguntabas por qué no podés salir. Por qué la pasan todos tan bien. ¿O es que todos fingen? ¿Por qué vos fingís? ¿Es como fue tu primer beso, ese tan esperado? Un beso mal dado, babeado y tembloroso con una chica que no te gustaba en lo absoluto. ¿Eso es? O como tu primera vez teniendo sexo, que fue tu karma. Fue sacarte lo más rápido que puedas ese momento incómodo, esa presión. Poder saber de qué mierda hablan tanto todos. Tuviste sexo con una chica que, esta vez, te encantaba. Fue una cosa tan trabada, tan lenta, tan incómoda, tan poco natural. ¿Será posible que a nadie se le haya ocurrido decir que lo hermoso es hacerlo bien y no sólo hacerlo?
Concluiste, y es la única respuesta que te tranquiliza, que todos tienen la necesidad de tener algo en común. Es una necesidad imperiosa, que lleva a la gente a inventarse ese algo. Y son capaces de hablar y de construir una cultura alrededor de cualquier mierda que nadie se atreva a desmentir. Y vos sos presa de eso, y sos ingenuo. Porque te creíste, en algún momento, que el placer era hacer el amor, y padeciste el mal sexo. O que la primera vez no se qué. Y la primera vez fue un desastre. O que lo que importa es el físico de la mujer, y las mujeres más atractivas, de cintura a cincel, han sido las más inseguras. Las menos envolventes, las menos gráciles. O vos te sentís parte de eso. Vos ves lo que parecés, pero sabés en el fondo que no se condice con tu verdadero ser. Que ser gordo no necesariamente es ser simpático, que jugar a los videojuegos no te hace un zángano que usa lentes y no sabe socializar, que escuchar música instrumental no te hace un soberbio. Quizás tengass algo personal con los estereotipos. Con el juicio apresurado.
Llegás a tu casa, tirás todo sobre el sillón. Abrís el facebook, abrís el twitter, abrís el mail. No hay nada. Cerrás y te vas a dormir rápido.
Es que mañana, antes del mediodía, tenés que ordenar todo el departamento. Viene una chica a comer a tu casa y no da que vea este quilombo.
Bruno Martínez
Consigna: Escribir detalladamente sobre algo que te desagrade mucho hacer.