Bajo la puerta

El susurro del papel arrastrándose bajo la puerta. Quedo, como si el cartero le transmitiese su paz. Su rutina. Silencio entre ambos. Las ganas de desacomodarse filtrándose por las grietas de la puerta trasera. El aviso tenso en el aire que parece haberse dicho. El crujido de los resortes del primer alma que cedió a la competencia. Los pasos apesadumbrados que, piensa el caminante, son demasiado pacientes. Recuerda a su niñez de mil vueltas alrededor de la mesa. Se oye desde la cocina, cruzando el vestíbulo, el aplauso de una hoja barata pasando. De la tinta de la derecha dando un panzazo sordo a la de la izquierda. Es un diálogo interno el de ese diario con su lector, absorto. Pero su atención repiquetea en el susurro que entró por la puerta. El tintineo de la chapa por donde entran los sobres, ahora sonaba como un campanario. La duda asesinada por el lector, que se supone ya no duda. Porque dudan sólo los niños y los fracasados. Y ahora las frases se leen mil veces y se especula el verdadero sentido, porque no sabe qué dice papel que susurró.

El silencio ahora más liviano. Las conjeturas y suposiciones matan la incomodidad y hacen que el tiempo pase. Qué será. La sensación extraña del lector de sentir la presencia del caminante en el hall frío. Lo corpóreo. Sentirlo allí de pie y conocer la exacta postura. El sonido del deslizar de los dedos, y el grito del papel al cortarse a mano. Otra vez el susurro, pero más agudo. Puede oírse la lectura muda. No se puede intuir lo que es leído, pero los ojos rasgan el papel y se oye desde la cocina. El asesinato de la intriga presto en el aire. La espera de la sentencia corta y sintética que le permita al lector seguir con el periódico. Más pasos apesadumbrados que aumentan el volumen. La presencia de él, exactamente como la conocía. El rostro pálido de una hoja que se siente importante. Los ojos del caminante que cortan el aire a sablazos y que hieren de muerte a la incertidumbre del lector. Hay dolor que corre bajo el aire. El ruido de la silla apuñalando el suelo con el peso del sentado. El lector que corta la cocina a zancadas y toma el sobre.

Otra muerte más que lustra al silencio.