Desde un principio
Todo comienza cuando se muere.
Él entra tranquilamente a la habitación. Se quita el saco, se desata los cordones duros de sus zapatos y enfila para la cocina. Mira hacia el baño y, cuando lo ve, se muere.
Va por la ruta con el auto, pensando en todo lo que viene pasando. Gira una, dos calles. Va siempre dentro de su carril. Lleva las luces altas y no deja de maquinar. Llega a su casa, se baja del coche, se saca los zapatos, mira al baño. Lo ve ahí. Se muere.
Qué rico el café, le dice a la secretaria dientona que se lo sirve. Está trabajando muy tranquilo hoy. Es raro que el cansancio no le rasqueteé las rodillas, ni le empaste los ojos. Las horas pasan, se despide de la dientona y del resto. Le gusta esa mujer, pero no ha intentado, ni piensa intentar, nada. Eso también piensa cuando va en el auto por la autopista, en su carril correspondiente. Llega a su casa, entra, pasa por el pasillo, mira al baño. Se muere.
Suena Gloria Gaynor. No le gusta para nada. Pero el locutor, para él, ya es un amigo: Por eso tolera el griterío y no cambia el dial. Qué suerte que hay música, dice en voz alta para su hermana que está en el asiento del acompañante. Entra el sol en el automóvil y da calor. Imaginate este tránsito sin música. Ella no contesta porque no quiere. Hace meses que está asi, que está lejana. Él se siente un estúpido hablando solo. La deja en su trabajo en la perfumería y se va a trabajar. Toma un café. Se hace ojitos con la secretaria dientona, junta papeles, tira papeles, escribe papeles. Termina rápido, sin saber por qué, y se va a su casa. Hace el mismo camino que a la ida. Llega a su destino, se baja. Entra, se saca los zapatos y el saco. Camina por el pasillo, mira hacia al baño. Lo ve, muy nítido, y se muere.
La tostada tiene un gusto rarísimo, como a metal. Él sabe cómo es el gusto de metal, porque cuando era chico mordía los clips en la oficina de su papá. Las tostadas le recuerdan a sus padres. Los extraña. Algo le dice que soñó con ellos, porque hoy los tiene muy presentes. Revuelve mucho el café y lo deja frío, intomable. Líquido amargo y nada más. Prende la televisión, y no le presta atención. Chequea los mails y responde algunos. Piensa en la tecnología. Tiene sueño, pero igual se pone la corbata y se sube al auto para ir a trabajar. Tiene que pasar a buscar a su hermana. Ella todavía está en la casa donde vivía su papá después de divorciarse. Hay muchas cosas que lo hacen acordarse de los años que la familia vivió toda junta. Pero no le gusta entrar. Su hermana sale y se sube. Tiene que abrir la puerta varias veces, porque no puede cerrarla con fuerza. Él la mira preocupado. No entiende a la psicóloga. Dice que ya se le pasó. La lleva al trabajo y allí se baja, cabizbaja. Él la mira pasar por delante del auto, camino la perfumería. Llega tarde al trabajo. Sube el ascensor de las oficinas. Golpea el sello acá y allá. Firma. Pide un café, y la dientona le sonríe. Algo que lo tranquiliza y lo hace sentirse mejor. Piensa lo que le haría. El día se pasa volando. Sale del edificio, prende el Corsa y sale hacia la autopista. En la noche, las luces cortan lo oscuro y el camino, por alguna razón, es más corto. Abre la puerta, se desata los cordones y camina hacia la cocina para comer una naranja. Mira hacia el baño. Lo ve entre el inodoro y la bañera. Muere.
Sueña con su padre. Él lo mira fijamente a los ojos. Ahora es un niño y está siendo regañado. Debiste cuidar mejor de tu hermana, le gruñe. La imagen cambia, y una especie de espejo lo muestra en su baño. Él tiene la corbata mal anudada y no puede hacer nada para arreglarla. Se rinde y corre en alguna dirección. Aparece la dientona que sonríe enormemente. El se siente atractivo. Ve su baño otra vez y un terror helado le recorre la columna. Se despierta. El café negro lo revitaliza, como las galletas rellenas. Revisa su casilla electrónica y responde. Piensa en la dientona. Busca noticias en la web y se informa. Hace ya dos años que su padre murió. Recuerda a su padre bailando rock con su madre en navidad. También se acuerda de la salsa casera filtrándose por su barba, los domingos al mediodía. Se sube al Corsa que le compró a su madre y va a buscar a su hermana. Algo se siente extraño. Llega a la vieja casa de su padre, con el jardín descuidado y la puerta a medio despintar. Su hermana sale al tercer bocinazo, y se sube de un portazo que sacude al coche. Hoy hace dos años que falleció papá, le dice. Ella no responde. ¿Me vas a acompañar? Ella lo mira. Piensa. Obvio, contesta. La deja en la perfumería y la ve caminar extrañada pero enérgica. Ingresa en su edificio. Todos hoy se ven tranquilos. Corta papeles con la guillotina, plastifica unas cédulas. Entra en internet y busca las fotos que almacenó hace unos años. En una, están todos sonrientes. Las muñecas y los brazos de su padre moretoneados por el forcejeo de sus dos hijos y su mujer que lo mira inexpresiva desde el lado opuesto. La dientona lo interrumpe para ofrecerle un café. Él le agradece, pero no quiere. Le propone sentarse un momento. Ella se sienta y él le cuenta la historia de la foto . Le dice que ya pasaron dos años desde que no está en este mundo. Ella se emociona, pero no se lo dice. Sonríe y le agradece de corazón la historia, pero ahora tiene que volver a trabajar. Quizás puedan seguir la charla después del trabajo. Él le dice que no puede hoy justamente, pero que mañana estará encantado. Termina la jornada. Busca a su hermana en la perfumería. Ella tiene un ramo de jazmines. El auto se impregna de un aroma suave. La autopista oscura por la noche es distinta. Entran al cementerio a pie, buscando la lápida. Ella habla animada, pero en voz baja: como si alguien pudiese molestarse. Dejan los jazmines junto a la lápida incrustrada en el césped. Se sientan y charlan sobre sus padres. Están casi media hora hasta que el celador les dice que van a cerrar. Se suben al auto y van a cenar fuera. Él le pregunta qué es lo que le pasa últimamente. Ella le dice que se siente alejada de él. Que extraña a sus padres, que se siente sola. Que todo en la casa donde está le recuerda a la familia junta. Siente que todos la dejaron atrás. Él la entiende y le pide perdón. Comen tallarines con salsa casera. Se hace de madrugada. Ella está cansada y su hermano le ofrece quedarse en su casa. A ella le parece que es lo mejor. Estacionan el auto en el garage, se bajan. Él se saca los zapatos y el saco. Ella el abrigo y los tacos. Él se queda inmóvil en la habitación, de cara al baño. Paso a paso, lento y seguro, se acerca y toma el picaporte cuidando de no mirar dentro. Cierra y traba la puerta con la llave que tiene en la mesa de noche.
Hoy ya es demasiado tarde para morirse.-