El temblor suave.

Es extraño sentir que uno tiene algo que debe devolver.

Algo importante para alguien, que lo tenemos prestado y que sabemos que ha dejado un hueco persistente parchado. Temporalmente, por el amor de la entrega.

Un libro importante que nunca fue devuelto, con una dedicatoria que se vuelve burda con un dueño indigno, o por lo menos olvidadizo.

Una olla buena de una abuela que confió en nuestro entusiasmo por replicar su receta, sin nunca ocupar el lugar donde se guardará al regresar

Un lápiz olvidado por un amigo al quien abrir su alma lo desconectó de la mochila con la que entró. 

Existe en esos pendientes una tensión que puede mutar pero nunca desvanece. 

Siempre habrá en nuestra casa algo que vibra suave por volver a manos adecuadas. Anhelando el momento donde las piezas caigan en dónde deben estar y nos alimentemos con el sentimiento oculto más puro:

La coherencia. 

El sentido.

Todo donde debe estar.

Y su mejor consecuencia. La certeza de que el pasado resuelto dará claridad a nuestro presente, llenando el futuro de las mejores expectativas. La esperanza, digamos. 

Confianza de que tarde o temprano todo volverá a su lugar, como ya ha vuelto antes, como estará volviendo en este mismo segundo en algún lado. 

¿Qué vida estamos viviendo sino?

Una vida donde ese temblar suave, ese hambre de corresponder, parece haber sido apagado por la constante del desatino. 

Como si hubiéramos sido convencidos de que las cosas simplemente vibran por vibrar, y no hay nada que hacer por llevarlas a destino. Como si no existiera acción concreta que las tranquilice y que nos llene del alivio secreto.

Quienes no distinguen, por no poder o no querer, dicen que nosotros vemos temblar cosas que están perfectamente quietas. Que percibimos un movimiento donde no lo hay.

Puede confundirnos por saturación de los excesos o por escepticismo. Aquello que es tan claro y está a un posar de palma.

Les creemos. Caemos.

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Hay algo que vibró en mi vida desde siempre y estoy entendiendo qué. 

Siento como si algunas de mis horas tuvieran esa pulsación. 

Cada vez que oigo una opinión del corazón, mía o ajena, lo siento. Cuando nos sacamos las máscaras y nos duele la cabeza de tanto hablar sin vergüenza también. Cuando confío como clavado olímpico. No son objetos olvidados, pero se siente igual. 

Lo entendí.

Hay algo en la paz de mis días que no me pertenece y que agita buscando a sus dueños.

Justamente hoy, de todos los días, siento sismo inequívoco y ya se muestra obvio. 

Tantos pibes con ganas de dar vuelta todo, tanto desangre por la dignidad, tanto amor anidando en cautivero; ahí está la meta de mis tranquilidades. Allí aterrizarían mis prosperidades, de poder volver.

Quizás son esas horas que ellos no tuvieron las que gocé sin saber. 

Todos esos instantes donde me detuve a pensar que una vida repleta de alegrías y afecto era injusta con el universo. Claro: el tiempo estaba oscilando despacito, porque había nacido para alguien más y lo sabía.

Lamento profundamente no poder retornar estas horas a sus originales. Devolvería lo que no es mío sin dudarlo. 

Tengo, sin embargo, una idea. Una propuesta.

Aquel libro importante prestado hoy irradia en mi casa memoria de tiempos imposibles, sellados por la letra de Estela.

El lápiz de la mochila olvidada calmó mis noches en bocetos y mordidas, cuando el final nos golpeó la puerta y sólo la verdad me dio un respiro.

Como hice con esas cosas, también puedo darle uso a estas horas ajenas. 

Usándolas como hubieran querido ser usadas: decidido a dar vuelta todo, poniendo la dignidad como condición innegociable y anidando el amor con la libertad que siempre correspondió.

Dudo que eso aquiete el palpitar de lo que no es mío, pero siento en lo profundo que una ficha, por lo menos una, caerá en el lugar donde tiene que caer. 

Alguna persona tendrá, en ese hacer, una muestra de coherencia y de sentido. Esa persona hará lo mismo que yo. Lo sé, porque nada se siente mejor que el concilio de las cosas cuando vuelvan al lugar al que pertenecen. La justicia, digamos.

Luego ya me permito fantasear con quien, usando horas mías que no podrá devolverme jamás, vivirá en mi tierra sintiendo que todo está en su lugar, reposando sereno. 

Usando una olla heredada -andá a saber de quién- para preparar un bizcochuelo siguiendo las instrucciones de la caja.

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24-03-23

Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia.